El Confesionario siglo XIX
32X23
oleo sobre madera
Colección Cantú Y de Teresa
El siglo XIX no solo fue el
replanteamiento para el arte pictórico y escultórico, envuelve también los
primeros grandes enfrentamientos
De los dogmas religiosos , de las
costumbre de época y pro supuesto
Fue el crisol de el cambio de
nuevos territorios, America no fue la excepción , en cuanto la nueva estítica
de época se sentía fiel descendiente de las costumbre Europeas, España que
desde la gran división generada por
Lutero se aferro de su mas grande colonia “America” y dentro de este
crisol que dio pie a la formación de nuevos países emparentados por las
costumbre prehispánicas pero con una identidad emparentada de nuevo por el
idioma de Castilla.
La obra que a continuación presentamos
es muestra de esa tradición de costumbre vestuarios y trazos surgidos de
nuestras costumbres heredadas.
Esta obra como muchas en nuestra
creciente colección de Arte Cantú Y de Teresa llegan en el momento en el que
nos detenemos a visualizar una nueva adquisición, quizá este cuadro es un nuevo
camino en el retrato o mas allegado a el de una pintura costumbrista o simplemente
es la traducción del impulso a poseer otro nuevo tema en que el trazo expresa
la maestría de un gran pintor, sin mas una nueva obra dentro de la Colección de
Arte Cantú Y de Teresa.
Adolfo Cantú
En Arte, se habla de una obra u
obras académicas cuando en estas se observan unas normas consideradas
«clásicas» establecidas, generalmente, por una Academia de Artes. Las obras académicas suelen hacer gala de una gran
calidad técnica. El antiacademicismo suele ser, en cambio, signo de rebeldía y
de renovación.
El academicismo es una corriente
artística que se desarrolla principalmente en Francia a lo largo del siglo XIX, y que
responde a las instrucciones de la Academia de Bellas Artes de París y al gusto medio burgués, como herencia del Clasicismo. El academicismo huye, asimismo, del realismo naturalista, esto es, de los aspectos más desagradables de la
realidad.
Se utilizan los mismos patrones
repetidamente, ya que no se busca una belleza ideal partiendo de las bellezas
reales, como es propio del Clasicismo, que resulta ser un Idealismo con base en la realidad por su suma de experiencia. El
Academicismo basa su estética en cánones establecidos y en la didáctica de
estos.
La pintura de historia se
consideró tradicionalmente como el género más importante. Esta preeminencia se explica dentro de
un concepto determinado del arte en general: no se valora tanto
que el arte imite a la vida, sino que propone ejemplos
nobles y verosímiles. No se narra lo que los hombres hacen sino lo que pueden
llegar a hacer. Por ello se defiende la superioridad de aquellas obras
artísticas en las que lo narrado se considera elevado o noble.
Ya el renacentista Alberti, en su obra De pictura, Libro II, señaló que «la
relevancia de un cuadro no se mide por su tamaño, sino por lo que cuenta, por
su historia».2 La idea proviene de la Grecia clásica, en la que se valoraba más la tragedia, esto es, la representación de una acción noble
ejecutada por dioses o héroes, que la comedia, que se entendía como las acciones cotidianas de
personas vulgares. En este sentido, Aristóteles, en su Poética, acaba dando prevalencia a la ficción poética, pues
narra lo que podría suceder, lo que es posible, verosímil o necesario, más que
lo realmente sucedido, que sería el campo del historiador. Ahora bien, teniendo presente que no se trata de que
esa ficción sea pura invención o fantasía sino que el mito es fabulación, estilización o
idealización a partir de ejemplos humanos posibles históricamente. Cuando Aristóteles valora por encima de todo a la
tragedia es porque, de entre todas las acciones humanas posibles, las que imita
son las mejores y más nobles.
Es por ello que, cuando en 1667 André Félibien (historiógrafo, arquitecto y teórico del clasicismo francés) jerarquiza los géneros pictóricos, reserva el primer lugar a la pintura de historia, a la
que considera el grand genre. Durante los siglos XVII al XIX, este género fue la piedra de
toque de todo pintor, en el que debía esforzarse por destacar, y que le valía
el reconocimiento a través de premios (como el Premio de Roma), el favor del gran público e incluso el ingreso en las academias de pintura. Además de lo elevado del mensaje que
transmitían, existían razones técnicas. En efecto, este tipo de cuadro exigía
al artista un gran dominio de otros géneros como el retrato o el paisaje, y debía tener cierta cultura, con conocimientos en
particular de literatura e historia.
Ciertamente, esta posición
comenzó a decaer desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX, en provecho de otro géneros como
el retrato, las escenas de género y el paisaje. Poco a poco se empezó a valorar más la representación
de lo que el arte clásico consideraba «comedia»: lo cotidiano, las historias
menores de gente vulgar. No por casualidad, las representaciones que hizo Hogarth de sus contemporáneos fueron llamadas por este comic
history painting («pintura de historia cómica»).
No hay comentarios:
Publicar un comentario