Descendimiento de la Cruz
Arte Flamenco XVII
Colección de Arte Cantú Y de Teresa
Memorial de José de Arimatea.-
“Cuando llegó la noche, porque era la preparación, es decir, la víspera del día de reposo, vino un hombre rico de Arimatea, ciudad de Judea, llamado José, miembro noble del concilio, varón bueno y justo, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, que también esperaba el reino de Dios, y había sido discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo venir al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. Informado por el centurión, entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo a José, el cual compró una sábana. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en la sábana limpia. Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. Y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, madre de José, que habían venido con él desde Galilea, sentadas delante del sepulcro y miraban dónde lo ponían y cómo fue puesto su cuerpo. Y vueltas, prepararon especias aromáticas y ungüentos; y descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos.” (Mateo 27: 57-61; Marcos 15: 42-47; Lucas 23: 50-56; Juan 19.38-42).
Según la ley judía, ni siquiera el cuerpo de un criminal debía dejarse expuesto toda la noche, sino que tenía que, enterrarse el -mismo día. «Su cuerpo no permanecerá toda la noche sobre el madero, sino que lo enterraréis el mismo día» (Deuteronomio 21: 22s). Esto era doblemente obligatorio cuando, en el caso de Jesús, el día siguiente era sábado. Según la ley romana, los parientes de un criminal podían solicitar su cuerpo para enterrarlo; y si no lo solicitaba nadie se dejaba a merced de los perros y de los animales carroñeros.
Ahora bien, ninguno de los parientes de Jesús estaba en posición de reclamar el cuerpo, porque eran todos galileos, y ninguno tenía una tumba en Jerusalén. Así que el pudiente José de Arimatea intervino. José será siempre recordado como el hombre que le dio una tumba a Jesús. Tras la resurrección de Jesús, mencionan los apócrifos que José fue encarcelado, acusado por los judíos de haber sustraído el cuerpo de su sepulcro. Se le encerró en una torre, donde recibió la visión del Cristo resucitado y la revelación del Misterio del que el Santo Grial es símbolo. «Tú custodiarás el Grial y después de ti aquellos que tú designarás», habrían sido las palabras de Jesús.
Después de ser liberado, y debido a la persecución de los judíos en Jerusalén, un grupo de cristianos embarcó en uno de los barcos de José y navegaron hasta las costas de Francia en el Mediterráneo. Acompañaban a José, entre otros, María Magdalena, Marta, María Salomé (madre de los apóstoles Juan el Evangelista y Santiago el Mayor), María Jacobé (madre de los apóstoles Santiago el Menor, Simón el Zelote, Judas Tadeo y José Barsabás), Marcial y Lázaro. Se convirtieron en los primeros evangelizadores de la zona.
Es así como el cristianismo se afincó en medio de los bretones de manera que cuando san Agustín fue enviado por Roma a establecer allí la Iglesia, se sorprendió al ver una comunidad cristiana arraigada y bien organizada, con obispos y fieles que daban testimonio del Evangelio de Cristo entre ellos.
Han surgido muchas leyendas en torno a la figura de José de Arimatea. La más conocida dice que en el año 61 d.C., Felipe envió a José, desde la Galia, a predicar el Evangelio en Inglaterra. José fue, llevando consigo el cáliz que se usó en la Última Cena, y que entonces contenía la sangre que Jesús derramó en la Cruz. Ese cáliz llegaría a ser conocido como el Santo Graal, famoso en las historias de los caballeros del rey Arturo. Cuando José y su grupo de misioneros escalaron la colina Weary-all y llegaron al otro lado, se encontraron en Glastonbury; allí José pinchó su bordón en la tierra, y de él creció el famoso espino de Glastonbury, siendo por mucho tiempo el lugar más sagrado de Inglaterra, y todavía hoy es un centro de peregrinación. La leyenda dice que el espinó original lo taló un puritano, pero que el espino que crece allí brotó de la misma raíz antigua. Así que la leyenda conecta a José de Arimatea con Inglaterra.
Pero hay una leyenda menos conocida, recordada en uno de los himnos y poemas más famosos de la literatura inglesa. Es una leyenda todavía muy viva en Somerset. José, dice la leyenda, era mercader de estaño, y vino mucho antes de que le enviara Felipe en visitas frecuentes a las minas de estaño de Cornwall. El pueblo de Marazion, en Cornwall, tiene otro nombre: algunas veces se le llama Market Jew, y se dice que fue el centro de una colonia de judíos que eran mercaderes de estaño. La leyenda llega más lejos: José de Arimatea, nos dice, era tío de María, la Madre de Jesús, hermano menor de san Joaquín y tutor de Jesús luego de la muerte de su padre terrenal, el patriarca san José. Y se dice que trajo al niño Jesús consigo en uno de sus viajes a Cornwall. Es una preciosa leyenda, pues sería emocionante pensar que los pies del niño Jesús tocaron en aquellos sagrados tiempos la tierra inglesa.
La Iglesia celebra a José de Arimatea cada 17 de marzo, siendo el santo patrono de los embalsamadores y sepultureros.
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